Cada año, el tercer domingo de octubre, la Iglesia universal celebra el Domingo Mundial de las Misiones, una jornada dedicada a recordar que la fe no puede guardarse en silencio: está hecha para compartirse. Este día no es solo una fecha litúrgica, sino una oportunidad para mirar hacia afuera y renovar la alegría de anunciar el Evangelio con palabras, gestos y vida.
Ser misionero no es una tarea reservada a unos cuantos que viajan a tierras lejanas. Es una vocación que comienza en el corazón de cada creyente. En la familia, el trabajo, la comunidad y hasta en los espacios digitales, cada encuentro puede convertirse en terreno fértil para la misión. Allí donde se comparte el amor de Dios, la Iglesia está viva.
Una Iglesia que se mueve: la misión como forma de ser
La Iglesia misionera no existe para sí misma. Existe para llevar a Cristo. Desde sus inicios, el mandato de Jesús —“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia”— ha sido el motor de su historia. La misión no es un programa ni un proyecto pastoral, es la esencia misma del cristianismo: salir, acompañar y amar.
El Domingo Mundial de las Misiones nos recuerda que el anuncio del Evangelio no se limita a palabras, sino que se hace visible en obras concretas. Escuelas, hospitales, caminos y comunidades enteras han nacido gracias a la fe de quienes decidieron ponerse en camino para servir a otros. La misión es, en el fondo, un acto de amor que construye humanidad.
Cuatro palabras que cambian la vida: el anuncio kerigmático
En el corazón de la misión está el kerigma, el primer anuncio, ese mensaje esencial que ha transformado generaciones de creyentes. Se resume en cuatro verdades sencillas y poderosas:
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Dios te ama.
Todo comienza aquí. La misión nace del amor de Dios por cada persona, sin condiciones ni fronteras. -
El pecado te separa de Dios.
Reconocer la herida es el primer paso para buscar la reconciliación. La misión no juzga, invita a volver a la luz. -
Cristo te salva.
En la cruz, el amor se hace redención. El envío misionero nace de la certeza de que Cristo ha vencido al mal. -
El Espíritu Santo te fortalece.
Ninguna misión es solitaria. El Espíritu impulsa, consuela y da vida a cada paso de la evangelización.
Estas cuatro frases son un resumen del Evangelio. Pueden parecer simples, pero tienen la fuerza de transformar un corazón y, con él, todo un mundo.
Ser misioneros hoy: de la palabra a la acción
El mundo de hoy necesita testigos, no discursos. La misión se hace creíble cuando se traduce en acciones concretas: acompañar al enfermo, educar al niño, alimentar al hambriento, escuchar al que se siente solo. La evangelización pasa por el servicio, por la caridad y por el compromiso cotidiano.
Cada cristiano es misionero cuando actúa con amor y coherencia. No hace falta llevar un hábito ni una cruz en el pecho: basta con tener un corazón dispuesto a servir. La misión no es un viaje, es una forma de vivir.
Una Iglesia con rostro de esperanza
El Domingo Mundial de las Misiones nos invita a mirar el futuro con esperanza. En medio de la indiferencia, la fe se convierte en luz; en medio de la división, la misión se convierte en puente. La Iglesia que sale al encuentro no teme los desafíos: confía en el Espíritu Santo que la guía y la renueva.
Ser misionero es responder al envío de Cristo con un “sí” cotidiano. Es creer que incluso un gesto pequeño puede ser semilla del Reino. Y es recordar, con gratitud, que cada bautizado es portador de una buena noticia: Dios te ama, Cristo te salva y el Espíritu te fortalece.
