La Iglesia madre de todas las iglesias

En el corazón de Roma se alza la Basílica de San Juan de Letrán, el templo más antiguo del cristianismo. Su historia se remonta al siglo IV, cuando el emperador Constantino concedió al Papa Silvestre los terrenos donde se erigiría la primera iglesia cristiana abierta al público. Desde entonces, la Basílica de Letrán es considerada la madre y cabeza de todas las iglesias del mundo, símbolo de la fe que resistió persecuciones, silencios y renacimientos.

Este templo no es únicamente un monumento arquitectónico; es un testimonio vivo de una Iglesia que supo transformar la opresión en esperanza. Sus muros, cubiertos de historia y oración, recuerdan que cada piedra levantada en nombre de Dios está llamada a convertirse en signo de su presencia entre los hombres.


El verdadero templo es Cristo

En el Evangelio que se proclama este domingo, Jesús dice a los fariseos:
“Destruyan este templo y en tres días lo levantaré.”
Ellos pensaban en el edificio de Jerusalén, pero Jesús hablaba de sí mismo: de su cuerpo, del nuevo templo donde habita la plenitud de Dios.

Con esta afirmación, Cristo cambia el sentido del culto. Ya no se trata solo de un lugar físico, sino de una comunión viva: Dios no se limita a los muros, sino que habita en su pueblo. Desde ese momento, cada creyente, cada comunidad y cada iglesia, son llamados a ser reflejo de esa presencia divina.

El templo se convierte, entonces, en un espacio de encuentro y servicio. No es un símbolo de poder, sino una casa abierta donde el amor de Dios se hace visible en el cuidado de los demás. Ahí donde hay compasión, perdón y fraternidad, Dios tiene su morada.


Unidos al Papa, signo de comunión

La Basílica de Letrán no solo es la iglesia más antigua, sino también la catedral del Papa, el lugar desde donde ejerce su ministerio como sucesor de Pedro. Así como Jesús confió a Pedro la tarea de confirmar la fe de sus hermanos, cada Papa continúa esa misión, guiando al pueblo de Dios en la verdad y el amor.

Recordar la dedicación de San Juan de Letrán es reconocer que la Iglesia no es una idea abstracta, sino una familia concreta, viva, que necesita mantenerse unida en torno a su Pastor. El Papa León XIV, actual Pontífice, lo expresó con palabras llenas de esperanza:
“Dios nos quiere. Dios los ama a todos. Y el mal no prevalecerá.”

Esa frase resume el corazón de la fe cristiana: no hay temor para quienes permanecen en el amor de Dios. La Iglesia, aun en medio de sus desafíos, sigue siendo signo de la presencia de Cristo en el mundo.


Ser templos vivos del Espíritu

Cada persona bautizada lleva en sí misma una pequeña catedral interior. San Pablo lo decía con claridad: “¿No saben que son templo del Espíritu Santo y que Dios habita en ustedes?” (1 Co 3,16). Esta fiesta nos recuerda que el lugar donde Dios se encuentra ya no es una estructura externa, sino la vida de cada creyente que busca amar y servir.

Ser templo vivo implica cuidar lo que somos y lo que ofrecemos: la palabra, la oración, el perdón, la alegría. Implica también abrir nuestras puertas al otro, especialmente al que sufre o busca sentido. Donde hay acogida, hay presencia de Dios.

Así como la Basílica de Letrán fue la primera en levantar sus muros tras siglos de persecución, cada uno de nosotros puede levantar su interior —aun después de las ruinas— para volver a ser casa donde habita la fe.


El templo que camina

Celebrar la dedicación de San Juan de Letrán no es mirar al pasado, sino renovar la certeza de que Cristo sigue presente en su Iglesia. Los templos de piedra nos inspiran, pero los templos del alma nos transforman.

Allí donde la fe se hace servicio, donde la palabra se convierte en consuelo, donde la comunidad se une en torno al Evangelio, el verdadero templo de Dios se mantiene en pie.

Que esta fiesta nos ayude a redescubrir el sentido más profundo de la Iglesia: no como una institución, sino como un cuerpo vivo, unido por la fe y sostenido por el amor.

 

Porque donde hay amor, allí habita Dios.