El banquete como imagen del Reino

En la cultura de tiempos de Jesús, un banquete no era solo un momento de convivencia, sino una escena cargada de símbolos sociales: dónde te sentabas indicaba tu posición, tu prestigio y tu importancia ante los demás. Es en ese contexto que Jesús observa con claridad cómo los invitados buscaban los primeros lugares y aprovecha para enseñarnos una verdad que sigue siendo actual: en el Reino de Dios, la grandeza no se mide por el poder ni por el honor, sino por la humildad.

La trampa de la soberbia

Cuántas veces en nuestra vida buscamos los primeros lugares, no necesariamente en una mesa, sino en el reconocimiento, en el trabajo, en la familia o incluso en la Iglesia. Queremos ser vistos, validados, aplaudidos. Pero ese deseo de sobresalir puede convertirse en una trampa que nos llena de ansiedad y de orgullo. Jesús advierte: “el que se engrandece será humillado”. No porque Dios disfrute rebajarnos, sino porque la soberbia inevitablemente conduce a la caída.

El valor de la humildad

La propuesta de Jesús es clara: “el que se humilla será engrandecido”. Sentarse en el último lugar no es un acto de falsa modestia, sino un reconocimiento de que la dignidad no depende del lugar que ocupamos, sino de la mirada de Dios. La humildad no consiste en despreciarse a sí mismo, sino en saberse pequeño delante de Dios y, desde ahí, grande en su amor.

Santa Teresa de Jesús lo resumía con genialidad: “Humildad es andar en verdad”. El humilde no necesita aparentar, porque descansa en la certeza de saberse hijo amado.

Una nueva forma de hospitalidad

Jesús va más allá y dirige su enseñanza al anfitrión: “Cuando des un banquete, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos… invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos”. Es decir, no busques lo que te puedan devolver, sino da desde la gratuidad.

Esta enseñanza trastoca nuestra lógica de interés y reciprocidad. En el Reino, la verdadera recompensa no está en la devolución inmediata, sino en la promesa de Dios: “serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; ya se te pagará en la resurrección de los justos”.

¿Cómo podemos traducir esta enseñanza en la vida diaria?

  1. En la familia: eligiendo servir antes que exigir.
  2. En el trabajo: evitando la ambición desmedida que atropella a otros.
  3. En la Iglesia: recordando que todos somos servidores y que el primer lugar le pertenece solo a Cristo.
  4. En la sociedad: practicando la generosidad con quienes no pueden devolvernos nada.
  5. La humildad y la gratuidad no son debilidades, son la fuerza silenciosa que construye comunidad y abre el corazón al Reino.

“No busques los primeros lugares”. Este Evangelio es un llamado a revisar nuestras intenciones: ¿buscamos reconocimiento o buscamos servir? ¿ponemos nuestra seguridad en los aplausos humanos o en la fidelidad de Dios?

Que el Señor nos conceda un corazón humilde, capaz de dar sin esperar nada a cambio, confiando en que la verdadera recompensa nos la dará Él, en la eternidad.